Olvidar las llaves, abrir una caja de fósforos al revés, dame unos segundos más en la cama y te juro que me levanto. Los motivos por los que me siento a pensar desde ayer son lo suficientemente relevantes como para que les dedique 20 minutos, las preguntas que automáticamente me anulan el pensamiento no lo son. Encontrar un pelo en la comida, que el control remoto no me funcione, quemarse con el horno. Entonces pensé en lo que había pasado este año, en lo que me había pasado. Aunque parezca trillado sacar conclusiones en el mes de noviembre, no puedo evitar hacerlo. Perder un vestido, romper un zapato, pisar una baldosa mojada. Finalmente me di cuenta de que todo lo sucedido fue bueno, no hablo de verle el lado positivo a lo malo, sino que realmente saber que lo que me pasó fue bueno. Comer un yogurt vencido, el sonido de un celular en plena reunión, el olvido de un cumpleaños, la caída de la tostada del lado de la mermelada. Entonces recordar con una sonrisa ya no me parece forzado, sino espontaneo. Presintiendo que todo lo que va a venir será muchísimo mejor.
No te preocupes paloma, el cerrajero barre los fósforos, tu cartera tiene todo lo necesario, unos segundos se perdonan, el pelo se saca (y seguro que es tuyo), las pilas las venden en el kiosco de enfrente, y de paso te compras un dentífrico, ese vestido no te entra más, ese zapato se arregla, ya llegas a tu casa, vencido? De muchos días? Siempre se le puede decir algo, más vale tarde que nunca, eso es ley.